Por Isora Cabrera Ayuso

No es casual el hecho de que en numerosas casas, los peques y no tan peques de la familia recurran al arte como lo hacemos con el agua o el alimento. Es, quizá, la demostración clara, de que en circunstancias difíciles o, simplemente, extrañas, el ser humano atiende de un modo instintivo a una serie de demandas esenciales para la propia supervivencia. Y una de ellas, es la actividad artística.

El ser humano desde de la prehistoria se ha servido del arte para ilustrar el mundo. Ha tenido la necesidad de expresarse a través de la pintura, la música o el teatro ritualizado para explicarse la vida, para entender cada una de sus complejidades. No es caprichoso el hecho de que los humanos se hayan expresado a través del arte desde los primeros habitantes hasta nuestros días. Es, más bien, una necesidad de tomar distancia de la realidad, recrearla de algún modo para poder comprenderla y, en consecuencia, asumirla. Cualquier situación extraordinaria que, de algún modo, alterara la cotidianidad o la rutina del viaje de una civilización, se convertía al mismo tiempo en un estímulo o una oportunidad para motivar la expresión artística. El motor del aprendizaje y el conocimiento viene siempre espoleado por una sucesión de interrogantes a los que el ser humano necesita enfrentarse para avanzar. La duda nos mantiene activos, pues nos obliga a generar posibilidades que, más allá de ofrecer respuestas, sirven para engendrar nuevas preguntas de mayor calado. Y, en este proceso, la expresión artística, juega un papel fundamental. Un papel que concilia perfectamente el aprendizaje con la asunción y aceptación de lo extraño, lo nuevo. La satisfacción que produce la creación de una obra artística, sea cual fuere, y las enormes repercusiones cognitivas que proporciona en nuestros pequeños, es notoria. Cuando un niño realiza un dibujo sobre una situación concreta, como puede ser ésta, le estamos dando alas para crecer exponencialmente en su comprensión del mundo. Por ello, entendemos que en estas circunstancias, es fundamental fomentar en nuestros peques este tipo de actividad. Establecer un vínculo constante con la música, con el dibujo, el movimiento, etc. les permite transitar a través de este pequeño túnel en el tiempo, con una linterna que convierte el tedio

y la rutina en una aventura, una luz que dibuja sombras en la oscuridad estimulando su imaginación, que genera mundos tan ciertos o más que este en el que viven.

No está de más, aprovechar esta coyuntura, este paréntesis en nuestra rutina, para reparar en la importancia de estas cuestiones. De todo problema, como dicen, puede nacer una oportunidad para crecer, para mirar de otro modo y volver a reparar en detalles y en esas particularidades que nos distinguen como especie. En los últimos tiempos, el arte y la cultura se han visto relegadas tanto en el plano educativo formal, como en la vida ordinaria, a ese lugar donde se almacenan las cosas prescindibles. Es por ello, esta pausa en la voracidad del sistema bajo el que vivimos, un punto de inflexión que debiera inducir a la reflexión de una sociedad que no deja de preguntarse cuál es el mejor modo de educar para que nuestros pequeños se conviertan en grandes personas. Personas libres, autónomas y con criterio.

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