El día después presenta incógnitas a las que no deberíamos responder de manera precipitada.

Desde el domingo, las madres y los padres hemos vivido todo tipo de situaciones más o menos surrealistas. Muchos de los comentarios de nuestras hijas e hijos han sido; quiero volver, estoy cansada, no quiero salir de casa…..

Pero, ¿a qué obedece esta reacción?; miedo o, tal vez, pereza. En algunos casos quizás sí sea debido al miedo como consecuencia a todo lo que han vivido en esta cuarentena.

Otra gran cantidad de peques muestra rechazo (puede ser a nivel inconsciente) a que esto se acabe, este tipo de vida que hemos adoptado y a la que, muchos de ellos se han acoplado perfectamente. O bien, porque siempre que se llega a la recta final, cuando se acerca la meta de cualquier acontecimiento, se da una explosión, una reacción emocional como expresión natural de lo deseado o lo esperado. Y si, a veces, esas respuestas son incontroladas e inesperadas para nosotr@s mismos, imagínense para las niñas y niños.

En cualquiera de los casos, sí sería conveniente transmitirles tranquilidad y mucha seguridad. Explicarles que no estamos volviendo a lo que entendíamos que era la normalidad; es otro momento que tenemos que aceptar como tránsito y que, en cierto modo, ingresamos en otro tipo de “normalidad”. Y nosotros, como adultos, debemos concederles tiempo para que asuman y se adapten a este traspaso.

A su vez, debemos intentar ir de un modo paulatino y sin prisa. Aunque muchos de las niñas y niños y los mayores no han dejado de realizar tareas parecidas o similares a las que, ya entonces, realizaban (trabajo, deberes, ejercicio físico, creatividad, ocio, etc.) todo lo que hay alrededor de esas acciones, lo que las envuelve, todo lo que supone la vida ahí afuera, la carga de estímulos visuales y auditivos (imágenes, ruidos e interferencias ambientales), el propio contacto directo con el clima (lluvia, sol, etc.) el ejercicio ordinario de la vida (caminar por la calle, subir escalones, jugar en un parque, montar en bici, en autobús o en coche, etc.) y, lo más importante, el contacto directo con otras personas, todo ello, sí hemos dejado de hacerlo. Por ello, la vuelta no puede ser abrupta, sino delicada y en breves raciones. Tratando de dar, especialmente a nuestros peques, el tiempo necesario para una adaptación saludable y poco traumática.

Cada uno de los momentos de nuestra vida está siempre sujeto a un contexto determinado, según la circunstancia. La asunción y adaptación al contexto de cada instante, nos permite sobrevivir con más o menos garantías de éxito. Pero, también es cierto, que el contexto lo construimos e inventamos nosotros con la ayuda de nuestros sentidos. Construimos la realidad inmediata, a medida que nos enfrentamos a ella, pero ahora estamos desentrenados, hemos perdido práctica y, quienes más lo acusan son, como es lógico, los que menos experiencia acarrean, nuestros peques. Sufriremos lo que podríamos llamar “extrañamiento”. Es algo parecido a lo que ocurre cuando llegamos a un lugar conocido y, de repente, todo es distinto, todo es nuevo, incluso el tipo de personas con las que habitualmente nos encontramos. Aunque, en cierto modo, lo que más ha cambiado somos, precisamente, nosotros mismos.

No debe extrañarnos, pues, que nuestros peques deseen regresar a los hogares apenas transcurrida media hora tras las primeras salidas. Ellos, de un modo instintivo, nos informan ya del carácter gradual que han de tener dichas salidas, demandando en cada ocasión algo más de tiempo en función, claro está, del proceso de readaptación que cada niña o niño requiera. Nuestra labor, no debiera ser otra que la de escuchar de un modo activo sus necesidades para acompañar, estimular y reforzar.

 

Comparte esta página