Por Isora Cabrera
Es importante que, desde muy temprana edad, nuestros peques experimenten con todo lo que les rodea. Que toquen distintas texturas , que huelan distintos olores, que sientan distintas temperaturas; frío y calor, o que prueben distintos sabores; dulce, agrio, amargo…. Y, del mismo modo, es importante que nosotras y nosotros estemos ahí para acompañarlos poniéndole nombre a todo.
Este sencillo hábito, facilitará que en el futuro expresen, a medida que van desarrollando sus gustos y van acumulando su propia experiencia, qué les sucede, qué quieren, cómo se sienten o, incluso, aprendan a interpretar las sensaciones internas; hambre, sueño…
Un claro ejemplo de ello, tiene lugar cuando un peque siente frío o tiene hambre. Esto genera una incomodidad que les resulta muy difícil de explicar, lo cual, se traduce en un cambio de actitud que puede desembocar en una típica perreta que, en apariencia, está fuera de lugar. Algo que nos suele dejar un tanto descuadrados, pues no sabemos qué ha pasado o por qué de un comportamiento tan desbordado de repente.
Intentemos, pues, facilitarles el desarrollo. Así, del mismo modo en que ponemos nombre a los colores, a las formas o los objetos para una fácil distinción y conocimiento, sería importante ponérselo también a todas estas experiencias… Facilitarles herramientas sencillas, deriva en un desarrollo de posibilidades comunicativas que, a su vez, proporciona una mejor adaptación al medio.